El
verdadero desafío para Javier Milei tras el naufragio de la Ley Ómnibus
(Por Ernesto
Tiffenberg)
Caputo sostiene que el hundimiento de la Ley
Ómnibus no tiene importancia, pero el Presidente reacciona como si le fuera la
vida en ello. Despidos de funcionarios, insultos y Macri en el horizonte. Pero
el destino de su gobierno no se juega allí sino en qué pasará con la inflación
y con los casi 50 millones de afectados.
Una mirada atenta sobre el plan Caputo lleva
directamente a ese viejo chiste del granjero que estaba enseñándole a su burro
a trabajar sin comer y, justo cuando lo había logrado, se le murió. Puede ser
que Javier Milei no lo conozca, o que no lo haya entendido, porque
sólo así se explica el increíble “ahorro” al que está forzando a casi toda la
población argentina, repartida en los territorios provinciales que, como no
tiene ningún gobernador propio, el presidente considera ajenos a su
responsabilidad.
También puede ser que lo conozca y que esté
convencido de que el final puede admitir una reescritura, del mismo modo que
pretende reescribir la historia del país y rediseñar su futuro. Tanta
omnipotencia explicaría su destemplada reacción ante el evitable
final de la Ley Ómnibus y todas las operaciones y operetas políticas que
provocó en las fuerzas proto oficialistas.
Los medios se concentraron en los
detalles del culebrón entre el Gobierno y los gobernadores, y la inoxidable
esperanza de Mauricio Macri de pescar en río revuelto, pero cuando se disipe un
poco la polvareda quedará claro que la suerte del gobierno no se juega tanto en
esa competencia por el voto antiperonista sino en saber hasta qué punto el
burro aceptará mansamente su destino o se plantará de alguna manera para
evitarlo.
La
libertad no avanza
Para el común de los mortales hay dos formas
de hacer las cosas: por acción o por omisión. En el caso del gobierno
libertario, la opción desaparece. Hasta ahora las únicas iniciativas que
prosperaron son las que no necesitan ningún esfuerzo de gestión. El resto,
naufraga.
El último y quizás más claro ejemplo es lo
ocurrido con la Ley Ómnibus. Empezó con 638 artículos, siguió con unos 300,
terminó en la nada. Con toda la “oposición amigable” desesperándose por
apoyarlos, no pudieron construir una mayoría para aprobarla. Las medidas
fiscales eran el corazón del proyecto y fueron las primeras en ser recortadas.
Si lo que se buscaba era una señal de gobernabilidad para los mercados, resultó
lo contrario.
Caída la ley, se construyó la mística de la
victoria en las redes sociales, el único territorio que reconoce el Gobierno.
Que todo fue un ardid del líder para desenmascarar a la casta; que el proyecto,
presentado como indispensable a corto plazo, en realidad tendría impacto en el
largo. Un relato solo apto para convencidos.
Esa misma matriz de incompetencia se exhibe
en cuestiones más terrenales. No fueron capaces de hacer funcionar el plan de
registro de las tarjetas SUBE, fundamental para todo el esquema de alza de los
boletos en trenes y colectivos. Tampoco consiguieron avanzar con el nuevo
proyecto de segmentación para recortar los subsidios a la luz, por lo que solo
pudieron operar sobre el sector minoritario que ya había renunciado a ellos.
Llegando al absurdo, el ministro Guillermo Ferraro, cuyo despido se anunció con
bombos y platillos a los 45 días de asumido por la filtración de la frase de
Milei contra los gobernadores (“los voy a dejar sin un peso, los voy a
fundir”), seguía este viernes en su puesto a pedido del mismo gobierno que lo
echó.
Jubilados
y salarios, las únicas cartas de Milei
Luis Caputo fue el encargado de aportar el
argumento principal en rescate del Presidente. “La Ley no era necesaria para la
crisis porque los números cierran igual sin ella, como muestra el resultado fiscal
de enero”, afirmó el ex Messi de las finanzas sin dar detalles de cómo se logró
el “milagro”. Si se pone un ojo en ello, se entiende por qué cualquier
otro gobierno hubiese preferido no menearlo.
Casi todo el “ahorro” fiscal proviene
directamente de los bolsillos de los jubilados y los sueldos de los estatales,
en proporciones incomparables por su velocidad y profundidad con cualquier otro
ajuste anterior. Ni Macri, ni Menem, ni la dictadura se atrevieron a
tanto.
Los números que no cuenta Caputo y que 1816,
una de las consultoras preferidas de la city, puso al alcance de los curiosos
son:
El Gasto Primario, o sea el que no incluye
pagos de la deuda, cayó en comparación a enero de 2023 un 36,9%.
Para llegar a semejante cifra no hizo falta
apuntar a los "gastos políticos”, simplemente darle un guadañazo histórico
a las jubilaciones y pensiones, que son el principal item del presupuesto
oficial: se derrumbaron un 43,2%.
Lo destinado a los empleados públicos perdió
un 18,2%, a lo que se suma una caída del 19,8% de la AUH y las Asignaciones
Familiares y del 40,8% en los programas sociales.
Pasaron a casi cero la Obra Pública y las
transferencias a las provincias, pero estos rubros, que tanto inciden en la
creación de empleo en todo el territorio nacional, apenas se sienten en el
total del gasto estatal.
En el terreno de los salarios de los
trabajadores privados registrados, Milei consiguió la hazaña de, en menos de
dos meses, llevarlos a un nivel comparable al de la crisis de 2001.
La conclusión obvia de estos datos es
que lo único que hizo el Gobierno en materia económica fue multiplicar la
inflación (por la mega devaluación y la eliminación de todos los controles a la
voracidad empresaria) y no aumentar sueldos ni jubilaciones. Algo que todos los
gobiernos conservadores intentan y que solo encuentra límites en la paciencia
de los afectados.
Por incompetencia o audacia, Milei y Caputo
no generaron ninguna red de contención que aminore los costos sobre los
sectores medios y bajos. Peor aún, por incompetencia o audacia, se dedicaron a
destruir los sectores del Estado que hasta ahora se ocupaban de eso. La
caricatura de este modelo de gestión es la cola de 30 cuadras de
hambrientos, convocados de a uno por la ministra Sandra Pettovello.
El
sueño de bajar la inflación
Para cambiar ese desolador panorama antes que
se disuelva el impacto de la novedad, Milei tiene que mostrar algún éxito
en la lucha contra la inflación más tangible que festejar “el 25% de
diciembre que podría haber sido un 30”. Pero, más allá de la insistencia
oficial, no hay demasiados motivos para el optimismo.
La inflación acumulará alrededor de un 100%
en abril, lo que aumenta las posibilidades de otra devaluación. Como manda el
dios mercado, será difícil evitar la profecía autocumplida, ya que es lo que
prevén la mayoría de los analistas y lo que esperan los productores
agropecuarios para liquidar sus dólares. Si eso ocurre, habrá otro salto
inflacionario.
La persistente indexación de todos los
contratos de la economía (empezando por los recién liberados alquileres) y los
aumentos salariales que vayan consiguiendo los sindicatos (aun retrasados ante
la inflación) garantizan un piso mensual que difícilmente baje rápido a un
dígito. Y no hace falta recordar que aunque los 20/25 puntos que promovió Milei
son mucho peores, los 8/12 que caracterizaron los últimos meses de Massa
resultaron tan aterradores que consiguieron que el libertario terminara
instalado en la Casa Rosada.
“Qué feo es dar malas noticias”, se podría
decir parafraseando a Fernando De la Rúa, pero a pesar del salto de diciembre y
enero la famosa recomposición de precios relativos recién empieza. Falta el
salto que provocará la eliminación de los subsidios a las tarifas y el aluvión
que implicará para lo que queda de la clase media el aumento de las prepagas y
las cuotas de los colegios privados. Un impulso que se mantendrá en el tiempo
porque todo ajusta por inflación y tipo de cambio, lo que sea mayor.
Descartados el regreso del pago de ganancias
por los trabajadores y la suba de las retenciones, por el retiro de la Ley
Omnibus, el Gobierno solo puede aumentar sus ingresos sin pasar por el Congreso
gravando los combustibles y subiendo aún más el impuesto PAIS que impacta en
las importaciones y en los gastos en dólares de toda la población. Como
cualquiera sabe, los dos terminan inevitablemente en los precios.
Los que confían en una recesión que planche definitivamente
las subas deberían tener en cuenta que, gracias a la apertura irrestricta, el
mercado mundial puede absorber lo que los enflaquecidos sueldos argentinos se
resistan a convalidar, por lo menos en alimentos y combustibles, dos rubros
claves de la inflación local. La recesión también afectará la recaudación en
IVA y Ganancias, desbalanceando las cuentas públicas y provocando nuevos
ajustes en un círculo más que vicioso.
Si todo sale mal, aún puede ser peor. Presa
de la desesperación, Milei es capaz de volver a desenvainar el salto al vacío
de la dolarización.
La
decisión del burro
Inoxidable a las malas noticias, el Gobierno
apuesta a que todas esas dudas queden disipadas por la caída del déficit
fiscal, el objetivo excluyente de tantos sacrificios. Los empresarios sacarían
contentos sus billeteras y la inversión privada reemplazaría la desaparición de
toda la inversión pública. En el relato oficial, eso llevará a un futuro de
empleos registrados y recuperación salarial. A pesar de que Caputo cometió la
imprudencia de hablar del “segundo semestre”, todavía no se ve ningún
"brote" de semejante paraíso.
En los grandes grupos económicos lo que está
ocurriendo se ve distinto. Acostumbrados a la fugacidad de los sueños
liberales, esperan a ver para creer. En otras palabras, a aplaudir y apoyar
platónicamente hasta que la economía parezca algo más prometedor que el páramo
actual, con caídas de entre el 20 y 30% en todos los parámetros relevantes.
Mientras tanto, la mayoría aprovechó para incorporar sus reivindicaciones
históricas en el DNU y están tratando de transformarlas en derechos adquiridos
antes de que el Congreso o la Justicia se atrevan a ponerles algún freno.
Es en ese escenario donde el chiste del burro
espera para ser reescrito. Milei y sus amigos sueñan con encontrar la manera en
que el animal aprenda a no comer y sobreviva. La magnitud histórica del ajuste
hace vislumbrar otro final. Que más allá de cómo llegaron a esta situación, la
mayoría de los argentinos se vean obligados a poner un tope al experimento.
Después de todo, es una cuestión de supervivencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario