MEDITAR: EL CAPITALISMO DE
PUNTAJE PEQUEÑO
(Por Desiderio Navarro, publicado en "La
Pupila Insomne")
Un chiste circulante ya en
los años 90 en los países entonces recién exsocialistas de Europa, se limitaba
a una confesión: “Ahora sabemos que lo que antes nos decían sobre el socialismo
era mentira, y que lo que nos decían sobre el capitalismo… era verdad.”
Entre nosotros, en medio de
la parálisis ideológica que responde —si responde— con inoperantes lugares
comunes, retórica, medidas administrativas y estilo de conducción de los 70 a
alarmantes fenómenos de hoy, se están abriendo paso la idealización del
mercado, lo privado y lo individual, y la satanización del Estado, lo político
y lo social en general —o sea, no sólo en sus formas neoestalinianas,
autoritarias, antidemocráticas.
La ideología neoliberal
antiestatal —capitalizadora de los viejos y nuevos excesos y errores
estatistas— y el nihilismo moral que
ella desata y que, a su vez, la
refuerza, están proliferando de múltiples maneras, burdas y sutiles: tanto en
el letrero que, echando abajo un logro revolucionario del 59 —luego
constitucional—, decreta “La casa se reserva el derecho de admisión”, como en
el programa radial de autoayuda que nos enseña a ser “los empresarios de
nuestros propios cuerpos”, o en el producto cultural mediático que proclama
“tanto tienes, tanto vales” o idealiza y glamouriza a las prostitutas como
nobles “trabajadoras del sexo”, o en la venta de libros de propaganda
hitleriana e insignias con esvásticas nazis en la Plaza de Armas porque “de
algo hay que vivir”, o en los mil y un engaños comerciales cotidianos —lo mismo en un agro que en una
tienda estatal— del ahora llamado “luchador” —antaño “ladrón”, “estafador”… —,
y así sucesivamente.
En el breve texto que
ofrecemos a continuación, un destacado politólogo polaco
de hoy, aunque aún cree que otro capitalismo —un capitalismo con rostro
humano— es posible, reflexiona descarnadamente sobre lo que el capitalismo
realmente existente se guarda en la manga o disimula en puntaje pequeño en el
texto del contrato. Y, al hacerlo, nos
muestra cómo, sin la regulación y el control del Estado, por una parte, y con
la propagación de las ideas y valores neoliberales, por la otra, el
cuentapropista, el “emprendedor”, pronto deviene lobo para el hombre (sus
posibles clientes, sus trabajadores y los demás cuentapropistas).
EL CAPITALISMO DE PUNTAJE
PEQUEÑO*. Por Andrzej Szahaj
No fue casual que el gran
sociólogo alemán Max Weber vinculara el nacimiento del capitalismo con la ética
protestante, al afirmar que éste no hubiera podido surgir si los primeros
capitalistas no hubieran estado guiados por ciertas consideraciones
cosmovisivas y éticas que los hacían invertir el dinero ganado, y no gastarlo
en el consumo del día.(1) Aquí los detalles de la argumentación de Weber no son
importantes, porque lo esencial es otra cosa: su convicción de que el
capitalismo nació no sólo del afán de lucro, sino también de profundos móviles
éticos. Esta tesis es creíble, especialmente si tomamos en consideración
también a los padres fundadores de esa forma de administración y organización
de la vida social, como Adam Smith o John Locke. Ellos consideraban el
capitalismo (la economía de mercado libre) como un proyecto ético. El mismo
constituiría una medicina para la anterior limitación de la libertad (no sólo
la libertad de administrar, sino la libertad como tal) y permitir la
realización libre de los planes de vida individuales. En este sentido, los
liberales ante todo establecían bases de ideas para la nueva forma de vida
económica, percibían su actividad como profundamente revolucionaria y —diríamos
hoy— emancipatoria. Ésta arrancaría a los hombres de entre los brazos de un
sistema rígido e injusto de dependencias feudales que no permitían la
liberación de la iniciativa de los individuos, bloqueaban los canales del
avance social y contribuían a un enorme despilfarro de fuerzas y talentos
humanos.(2) En este sentido, el liberalismo era una corriente progresista que
aprovechaba los mejores elementos de la ideología de la Ilustración y que les
daba a la gente la oportunidad de alcanzar el éxito y la realización
personales. No hay nada de asombroso en que entre los admiradores de la
economía capitalista estuviera incluso Carlos Marx, quien percibió claramente
ese carácter progresista del capitalismo y su enorme potencial de liberación de
energía humana y de cambio de las relaciones sociales encostradas y sumamente
injustas. No por casualidad escribió aprobatoriamente en el Manifiesto
comunista “hoy todo lo sólido se desvanece en el aire”. Y aunque en modo alguno
consideraba el capitalismo como el cumplimiento de las esperanzas que de una
vida mejor la humanidad tenía, lo apreciaba como sistema que alguna vez
permitiría el cumplimiento de esas esperanzas, aunque fuera por el hecho de que
garantizaría un nivel de productividad que permitiría más tarde repartir de manera justa la riqueza, y no la pobreza.
Tampoco es casual que en la narración de los Padres Fundadores de los Estados
Unidos haya tanta esperanza ética de tiempos mejores en el Nuevo Mundo, en el
que la propiedad privada usada para el bien de todos devendría fundamento del
bienestar y la libertad.(3)
Podríamos multiplicar los
ejemplos de ligazón de la fe en el mercado libre con valores éticos. Sin
embargo, hasta pensadores neoliberales, con Frederic von Hayek y Milton
Friedmann al frente, percibieron su apego a las ideas del mercado libre en una
perspectiva ética, juzgando que
proyectaban no sólo el modo de administración más eficaz, sino también el más
ético. Siguieron sus huellas también los
apologistas polacos del mercado libre, como Miroslaw Dzielski, que se
imaginaban que el capitalismo polaco sería una realización de ciertos ideales
éticos, tanto más cuanto que el mismo obtendría apoyo de parte del cristianismo
como doctrina que lo protegería de las desnaturalizaciones que aparecieron en
su seno ya en el siglo XIX y dieron como fruto vicios tales como la avidez, la
falta de miramientos, la soberbia, o la insensibilidad del corazón4 (esta
última la estigmatizó de manera magnífica Charles Dickens, moralista creyente
en la posibilidad de corregir a los hombres mediante la apelación a su
conciencia). Esa esperanza del reforzamiento ético del capitalismo por la ética
cristiana tomaba también de los ejemplos de grandes capitalistas del siglo XX
(ante todo estadounidenses) que, en enorme medida bajo la influencia de ella,
se entregaban a la actividad filantrópica, fundaban universidades, hospitales,
bibliotecas, salas de concierto, construían barrios modelo para obreros.
También en parte al cristianismo le debemos diferentes ideas para la corrección
de las desnaturalizaciones del capitalismo que se hicieron claramente visibles
en el siglo XIX. Adquirieron la forma de diferentes movimientos que tenían por
objetivo el mejoramiento de la suerte de los obreros, apoyaban las ideas del
establecimiento de un estado social y la destinación de la energía del mercado
capitalista a la satisfacción de las necesidades de todos los estratos sociales
(un ejemplo excelente de este tipo de abordaje fueron las ideas del así llamado
ordoliberalismo, concepción económica y política que después de la Segunda
Guerra Mundial devino el fundamento de la concepción de la economía de mercado
social en Alemania).(5) Si añadimos a esto la constante presión para civilizar el
mercado capitalista que proviene del movimiento obrero organizado y de los
liberales socialmente sensibles (a ellos les debe Gran Bretaña el surgimiento
del estado social), obtenemos una imagen de la situación en la que el
capitalismo como cierto sistema de administración y organización de la vida
social fue sometido a una continua presión ética que lo obligaría a que se
subordinara a las exigencias éticas de limitar el daño humano, la injusticia, y
contribuyera a la maximización del bien.
Todo eso condujo a la constitución, en el período posterior a la Segunda
Guerra Mundial, de cierto consenso de casi todas las fuerzas ideológicas y
políticas, consistente en el consentimiento de la acción del capitalismo con la
condición de que éste se sometiera a los ideales, más importantes que él mismo,
del constante mejoramiento del destino de todas las personas que se hallaran en
el círculo de su influencia. Ese consenso, que se manifiesta ante todo con la
aprobación de la existencia del estado social, fue roto en los años 80 del
siglo XX de resultas de una ofensiva de las fuerzas extremistas, hasta entonces
tratadas como un extremo no peligroso, una curiosidad en la esfera de las ideas,
y una alternativa nada seria para el status quo existente. Esas fuerzas se
congregaron bajo la bandera de algo que en Europa se dio en llamar
neoliberalismo, y en Estados Unidos, libertarismo. Esa “contrarrevolución
neoliberal”, como la llamó el profesor Andrzej Walicki,(6) obtuvo un éxito
deslumbrante al establecer de facto una hegemonía de cierto modo de pensar sobre la economía y el Estado —entre otras cosas,
haciéndole creer a todos que no hay ninguna alternativa a él. Pero la victoria
de los neoliberales resultó, a decir verdad, pírrica, lo que la última crisis
mostró, además, claramente. Porque hoy ya no cabe ninguna duda de que el
neoliberalismo, en vez de reforzar al capitalismo, lo condujo al borde de un
abismo, lo que motiva que actualmente sea preciso defenderlo de sí mismo. Pero
no es eso lo que más me interesa en este momento. Mucho más importante me
parece la percepción de que ese capitalismo suelto de la correa con el que estábamos tratando (¡y seguimos
tratando!) condujo en el curso de las últimas décadas a inauditas devastaciones
morales. Pruebas de ello tenemos demasiadas, tanto en nuestro país como en el
resto del mundo. Los análisis de la última crisis, que en este momento ya existen en gran número,
evidencian claramente que en el curso de las últimas décadas tuvo lugar el
proceso de constitución de un modelo del capitalismo como engaño organizado.
Todos trataban de engañar a todos y ser
más astutos que todos, al tiempo que se desmontaban y echaban abajo todas las
barreras morales. La moralidad perdía frente al mercado. En su forma
neoliberal, el capitalismo puso de manifiesto sus peores rasgos y liberó
fuerzas oscuras en las personas que lo realizaban. Esa total descomposición
moral del capitalismo, visible de la mejor manera en los Estados Unidos,
tampoco nos pasó por alto a nosotros. No hay día en que nuestros medios no nos
informen sobre casos que violan la ley de las confabulaciones de precios,
intentos de construir monopolios, de servirse de los instrumentos de la
corrupción a fin de obtener la supremacía sobre otros sujetos económicos, de contratos deshonestos en los que lo más
importante está escrito en puntaje pequeño con la esperanza de que el cliente
resulte un tonto que no leerá eso; la así llamada optimización tributaria, que
no es otra cosa que un intento de engañar a todos los conciudadanos que pagan
impuestos en la convicción de que de esa manera cumplen un deber ciudadano; el
desprecio por las leyes laborales y la maximización de la ganancia a costa del
daño (los así llamados contratos basura son un buen ejemplo de ello); la
desvergonzada ocultación, so capa del aseguramiento de la eficiencia económica,
de la creciente explotación de los trabajadores; el aprovechamiento de la
asimetría informacional con el fin de atraer a las personas a modos de acción
de la bolsa que recuerdan cada vez más una gran pirámide financiera.
Particularmente penosa es la socialización de los jóvenes para la mentira y la
manipulación, al obligarlos a engañar a los clientes. La confrontación del
joven de disposición idealista con la maquinaria de acción de la institución en
la que la preocupación por la ganancia ha desalojado todos los escrúpulos
morales, es a menudo el comienzo del quebrantamiento del carácter. De ese modo se realiza una depravación en
gran escala, que ha adquirido hoy día un carácter sistémico. Por este último
entiendo no sólo la escala de ese proceder, sino también el hecho de que es
condicionado por la situación general de hipercompetencia, en la que únicamente
tienen oportunidades de éxito las empresas económicas que se adaptan a la lucha
de mercado que no respeta ningunas reglas, incluidas las reglas morales. Si la
condición para mantenerse en el mercado es el empleo de ardides deshonestos,
hasta el más moral empresario o simple trabajador terminará por someterse a la
lógica del juego, en el que o se juega deshonestamente o se cae, y él mismo
comenzará a jugar deshonestamente. De esa manera la desmoralización deviene una
condición sistémica del éxito económico.
¿Qué llegó a ser la causa de
esa total descomposición moral del capitalismo? En mi convicción, no se trata
de que las personas se hayan vuelto hoy, de algún modo esencial, peores desde
el punto de vista moral de lo que eran antes, sino de que con ayuda de la
retirada del Estado del cumplimiento de la función de regulador del mercado y
custodio de las reglas del juego, y también de la eliminación gradual del papel
de la cosmovisión religiosa como regulador factual, y no sólo declarado, de las
acciones humanas, hallaron expresión las fuerzas más destructivas que residen
en el capitalismo desde el principio mismo. Porque éste es un sistema no
particularmente sensible a las consideraciones morales. Su propia lógica de
acción lo empuja hacia el nihilismo. Únicamente el estar sometido a una presión
externa constante, procedente ante todo del Estado, pero también de
instituciones de la sociedad civil como los sindicatos o las iglesias, puede
obligarlo a honrar los principios morales y a cierta decencia en el tratamiento
de todos los que se hallan en la órbita de su influencia. Pero lo más importante es buscar recetas para
su saneamiento no tanto en cursos de ética de los negocios, sino en una acción
legislativa (sistémica) tal que provoque
que la deshonestidad y el engaño organizado se vuelvan simplemente no
rentables. Recientes decisiones del gobierno estadounidense que tenían por
objetivo el castigo doloroso de las instituciones financieras que contribuyeron
a la última crisis (ante todo bancos y agencias calificadoras) indican que una
parte de las élites políticas de los EUA ha tomado conciencia de que no hay que
reparar en nada en el proceso de su autodepuración y autorreparación. La escala
de la hipocresía de la clase dominante en el “capitalismo de casino” sometido a
la financierización, y su habilidad para incluir cínicamente en el cálculo de riesgo de su acción la
necesidad de destinar parte de las ganancias a los fines de pagar diversas
penas, obligan al Estado a apelar a medios que duelan tanto como para hacer no
rentable ese proceder. La toma de conciencia del grado de depravación de esa
clase muestra que el capitalismo desprovisto del control del Estado se
convierte en un mecanismo sistémico de desmoralización conducente a la
desintegración del tejido social (a la anomia). Vale la pena recordar que la
deslegitimación definitiva del capitalismo, que inevitablemente sobrevendrá de
resultas de ese proceso (¿sobrevino ya?), puede conducir a imprevistas
turbulencias sociales de carácter revolucionario. La ira y la frustración
crecientes durante años pueden conducir a una explosión social. Deben recordar
esa posibilidad todos los partidarios del status quo existente que tratan todas
las tentativas de corregir la acción del capitalismo tendientes a devolverle un
rostro más humano como un atentado a la eficiencia de la administración o a “la
sacrosanta ley de la propiedad”. Particularmente en nuestro país, donde los
procesos de estratificación social y la escala de explotación y dependización
del capital extranjero7adquieren dimensiones que permiten plantear la tesis de
una gradual conversión de Polonia en la Bangladesh de Europa.
Traducción del polaco:
Desiderio Navarro
* “Kapitalizm drobnego
druku”, Kapitalizm drobnego druku,
Instytut Wydawniczy Ksiazka i Prasa, Varsovia, 2014, pp. 171-178.
(1) Véase M. Weber, Etyka
protestancka a duch kapitalizmu, trad. de J. Mizinski, Test, Lublin, 1994.
(2) Véase S. Homes, Anatomie
antyliberalizmu, trad. de J. Szacki, Znak, Cracovia, 1998.
(3) Véase S. Filipowicz,
Pochwala rozumu i cnoty. Republikanski credo Ameryki, Znak, Cracovia, 1997.
(4) Véase M. Dzielski, Bóg,
wolnosc, wlasnosc, Ksiegarnia Akademicka, Cracovia, 2007.
(5) Véase R. Skarzynski,
Panstwo i spoleczna gospodarka rynkowa, ISP PAN, Varsovia, 1994.
(6) Véase A. Walicki,
“Kontrrewolucja neoliberalna”, Gazeta Wyborcza, 15-05-2014.
(7) “La nueva estructura de
propiedad de firmas y activos financieros que se está formando muestra las
limitadas posibilidades de acción del capital del país y la debilidad económica
de la ‘clase media’ y de la élite de los negocios nacionales. Al mismo tiempo,
esa estructura es un importante indicador de la ‘perifericidad’ económica de
Polonia sobre el fondo de los estados euroccidentales de la Unión Europea. Confirma también los pronósticos de que la
liberalización del comercio con Occidente y la apertura a los libres flujos de
capital le asignan a Polonia el papel de fuente de personal de nivel medio con
baja paga y ‘subejecutantes’ de las corporaciones internacionales, que
subordinan el desarrollo de sus secciones locales a las preferencias del
capital de los países altamente desarrollados” (K. Jasiecki, Kapitalizm po
polsku. Miedzy modernizacja a peryferiami Unii Europejskiej, ob. cit. p.227).
Andrzej
Szahaj. Filosófo de la política, historiador de las ideas,
profesor de la Universidad Nicolás Copérnico de Torun. Es miembro del Comité de
las Ciencias Filosóficas de la Academia Polaca de Ciencias y del Comité de las
Ciencias de la Cultura de la misma academia. Últimamente ha publicado los
libros Teoría crítica de la Escuela de Frankfurt (2008), Relativismo y
fundamentalismo. Ensayos de filosofía de la cultura y de la política (2008),
Liberalismo, comunitariedad, igualdad. Ensayos de filosofía de la política
(2012), Sobre la interpretación (2014) y El capitalismo de puntaje pequeño
(2014).
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