NEOFASCISMO
VERSION ISRAEL
(Por
Jorge Elbaum)
La naturalización y continuidad del apartheid
contra el pueblo palestino, la ocupación colonial y militar de su territorio en
Cisjordania y la renuncia –por parte de los partidos hegemónicos israelíes– a viabilizar
el establecimiento de un Estado Palestino independiente, habilitaron la
expansión progresiva de los grupos supremacistas, que lograron convertirse en
grandes triunfadores de las elecciones del 1º de noviembre.
Israel realizó las quintas elecciones en
cuatro años, debido a la fragilidad de un sistema político que requiere una
mayoría de 61 integrantes sobre 120 bancas existentes en el parlamento
unicameral, cuyo nombre en hebreo es Knéset. El bloque que agrupa a la derecha
y a los supremacistas alcanzó 64 sitiales, mientras que el conjunto de los
partidos de la oposición logró sumar 56 representantes. Esa distribución de
cargos, sin embargo, no expresa la cantidad de votos recibidos por cada uno de
los conglomerados que conformarán el oficialismo y la oposición: entre la
alianza que lidera Benjamín Bibi Netanyahu y sus oponentes, solo existió una
diferencia de 8.189 votos. La diferencia de cargos alcanzados en la Knéset se
debe al piso electoral planteado por la normativa electoral, que solo permite
la admisión de congresistas a las listas que superen el 3,25% de los votantes.
Los resultados finales indican que el Likud
–partido liderado por Netanyahu– obtuvo 32 bancas, los supremacistas 14 y los
ortodoxos 18. Por su parte, el partido del actual premier Yair Lapid obtuvo 24
investiduras que, sumadas a las 12 del ministro de defensa Benny Gantz, no son
suficientes para formar gobierno. El bloque de la derecha es el que defiende
con mayor ahínco la continuidad de la ocupación de tierras en Cisjordania y
avala de forma enfática la represión sistemática sobre los, 2,5 millones de
palestinos que carecen de derechos ciudadanos y son sometidos a la autoridad
militar administrativa.
El líder del Likud se constituirá en el
primer jefe de gobierno que ejercerá por tercera vez el cargo de primer
ministro, luego de que David Ben-Gurión, Itzják Shamir y Shimón Péres ocuparan
ese cargo en dos oportunidades cada uno. Netanyahu es sindicado como uno de los
máximos responsables de sabotear los Acuerdos de Oslo de 1993 –firmados por
Itzják Rabín y Yasser Arafat– y de lograr su posterior disolución. También se
lo acusa de promover la ocupación ilegal de los territorios de Jerusalén Este y
Cisjordania para extender las colonias israelíes en esos territorios ocupados
militarmente. En 2020 Netanyahu fue acusado de cohecho, fraude y abuso de
poder, convirtiéndose en el primer gobernante de la historia de Israel en ser
imputado durante el transcurso de su mandato. Las causas por las que aún está
procesado incluyen la recepción de sobornos para favorecer a empresarios y el
abuso de poder para mejorar su imagen en los medios de comunicación.
Kahanismo
sin límites
Según la inmensa mayoría de los analistas
políticos israelíes, los partidos supremacistas ubicados a la derecha del Likud
han radicalizado a Netanyahu para sortear la continua fuga de votos hacia esos
grupos, caracterizados por la islamofobia, el racismo, la homofobia y la
misoginia. El colectivo que los expresa, que alcanzó 14 cargos parlamentarios,
tiene como referente a Itamar Ben-Gvir, un abogado extremista acusado en
reiteradas ocasiones por discursos de odio contra los árabes. Según varios
testigos, el futuro Javer Knéset (parlamentario) exponía en su domicilio –hasta
hace dos años– un retrato del terrorista estadounidense-israelí Baruch
Goldstein, quien en 1994 masacró a 29 fieles musulmanes palestinos e hirió a
otros 125 en la Tumba de los Patriarcas, ubicada en la ciudad palestina de
Hebrón. Un año después, un integrante del mismo colectivo al cual pertenecía
Goldstein asesinó al primer ministro Rabín, momentos antes de participar en una
gigantesca manifestación en Tel Aviv, convocada bajo la consigna “Sí a la paz,
no a la violencia”.
En octubre de 2021, Ben-Gvir agredió al líder
árabe-israelí de la Lista Conjunta, Ayman Odeh, quien revalidó el último martes
su ingreso a la Knéset obteniendo cinco plazas para su agrupación, conformada
por el Partido Comunista y otras formaciones opuestas a la ocupación y el
fascismo. Los congresistas de su alianza juraron su cargo en marzo de 2021 con
el compromiso de “enfrentar la ocupación y de luchar contra el racismo y los
racistas”, en obvia referencia al colectivo comandado por Ben-Gvir. En
diciembre de 2021, este último fue acusado de violencia armada, debido a la
filtración de un video en el que se exhibían sus amenazas contra guardias de
seguridad desarmados que le solicitaban que moviera su vehículo porque estaba
mal estacionado.
En octubre de 2022, Ben-Gvir participó en los
enfrentamientos entre los colonos israelíes y los residentes palestinos
locales, exigiéndole a la policía que disparara a los manifestantes palestinos.
En esa ocasión, el actual ministro de Seguridad Pública, Omer Barlev, calificó
a Ben-Gvir como “un matón cobarde que exhibe su arma mientras se esconde detrás
de un camión protegido por personal de seguridad”. Según fuentes ligadas al
Likud, Ben-Gvir puja por convertirse en el próximo ministro de Seguridad
Pública, entre cuyas tareas figura la de garantizar la convivencia pacífica en
el Monte del Templo de Jerusalén, nominado por los musulmanes como Haram
Al-Sharif (o complejo Al-Aqsa), espacio donde se han detonado diversos
espirales de violencia durante las últimas décadas.
Ben-Gvir –y su organización, Otsmá Yehudit
(cuya traducción del hebreo es Poder Judío)– son tributarios de las enseñanzas
del rabino racista Meir Kahane, quien también influyó sobre Baruch Goldstein y
sobre el asesino de Rabín, Ygal Amir. Kahane fue expulsado de la Knéset en
julio de 1988 por haber mostrado una soga con un nudo corredizo a un
parlamentario árabe-israelí, y su organización política Kach fue calificada
como grupo terrorista.
El programa de Otzmá para la vigésima quinta
conformación parlamentaria es, desde 1948, profundamente racista. Sus diputados
suman tres veces la cantidad del movimiento mayoritario que fundó Israel, el
Partido Laborista. Ben Gvir propone las mismas medidas que Kahane introdujo
cuatro décadas atrás: prohibir los matrimonios entre árabes e israelíes,
revocar la ciudadanía de los árabes israelíes, deportar a gran parte de la
población palestina de Israel y a los descendiente de etíopes hebreos,
conocidos como Beta-Israel, pero denominados en forma despectiva como falashas.
Una organización de la sociedad civil vinculada en forma directa con Otzmá es
Jasidei Meir. Entre sus actividades se destaca el programa orientado a evitar o
impedir el mestizaje de judíos con árabes, musulmanes y/o ateos.
Uno de los históricos partidos que no logró superar piso del 3,25% fue Meretz, la organización sionista progresista que por primera vez desde la fundación del Estado quedará fuera de la Knéset. Su líder, Zejava Galón, consideró que los resultados de la elección son producto de una ola de neofascismo, pero que “ningún kahanista, ningún fascista, ningún racista, chovinista ni homófobo logrará extinguir el espíritu de la igualdad al interior de la especie humana”.
Sin embargo, en la Argentina, el actual
vicepresidente de la DAIA, Sergio Pikholtz, publicó un twit al otro día de las
elecciones en el que repudió la catalogación de Israel como país ocupante, al
tiempo que reivindicó su carácter de democracia, pese a negarle el voto a 2,5
millones de palestinos. El periodista israelí Guideón Levy –quizás el analista
más lúcido y coherente que aborda la situación imperante en Medio Oriente–
consideró que el kahanismo es una característica implícita y obligada del
apartheid sufrido por los palestinos. Al permitirse que el racismo se divulgue
sin demarcaciones claras, y que los discursos violentos se diversifiquen –sin
regulaciones ni condenas–, se instauró un piso de posibilidad apto para la
irrupción desenfrenada de la intimidación simbólica y material. En palabras de
Levy: “La sociedad israelí se ha vuelto en parte religiosa, y en parte racista,
siendo el odio hacia los árabes su principal combustible”.
Cuando se renuncia a combatir la violencia de
forma decidida, sistemática y persistente, un día los monstruos pasan a
convivir con quienes –de forma pasiva– los subestimaron y habilitaron.
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